Secretos III / Secrets III


ES

He creído que sería interesante compartir con todos vosotros una historia que escribí utilizando Neon Noir Space Opera, como base para un juego de diario (journal), espero que os guste esta manera de utilizar la ambientación y que os inspire y anime a utilizarla también.


"AgroTech les traslada sus condolencias y se hará cargo de todos los costes derivados del sepelio".

Así terminaba el mensaje, alimenté los campos de nombre y dirección de correo con la base de datos de muertos del Incidente 003471, en total 37, tres de ellos ni siquiera disponían de dirección, así que eliminé manualmente esos correos y envié los 34 restantes. En copia oculta puse a mi supervisor y al Departamento de Gestión de Incidencias.

Escribí unos garabatos en la tablet mientras un droide me traía el café del desayuno, pasé mi terminal por su retícula y se marchó. Bebí un trago y seguí haciendo garabatos mientras atendía vagamente lo que mis compañeros decían en la reunión remota.

A lo largo de la mañana me fueron llegando notificaciones de correos erróneos hasta que la red terminó la convergencia y tenía un total de catorce, seguramente estuvieran dados de alta en Meta con datos falsos, típico de los neoluditas y los prófugos, así que, por suerte, ahí terminaba nuestra responsabilidad.

Durante ese tiempo de espera había dibujado, de manera inconsciente, un monstruoso Agromecha roturando el suelo en mitad de un campamento ilegal. Pensé que era una imagen bastante desagradable y lo borré.

El campo no es un lugar seguro, hay cientos de campamentos ilegales fuera del perímetro de la metrópolis, pero hay que ser estúpido para establecer uno tan cerca de un Agrosector. Pese a que con estos pensamientos casi lograba convencerme de que aquello había sido un accidente inevitable y que los culpables sin duda eran aquellas personas, una idea me corroía: si alguien había hecho algo así era porque no había tenido más remedio.

Pedí a un droide que me trajese otro café y volví a trabajar. Por la ventana entraba la luz grisácea del día, entre la niebla y el humo hacia años que el sol no iluminaba la calle, los incansables carteles publicitarios multicolor parpadeaban anunciando un sinfín de productos.

Lo que parecía ser una hamburguesa bastante jugosa, un servicio de paquetería, otra hamburguesa (esta vez de carne real), un implante de conexión para el terminal, una suscripción mensual a un servicio erótico, una crema de última generación anunciada por una despampanante actriz simbiótica, lo que era bastante irónico teniendo en cuenta que precisamente ella no necesitaba utilizar ninguna de esas cremas.

Aquello era hipnótico y eso que, por suerte, desde mi pequeña ventana sólo alcanzaba a ver una de las miles de carteleras centelleantes que se apretaban en cada esquina de la calle.

Abajo, a 72 pisos de distancia, varios centenares de personas y ciborgs caminaban apresurados, seguramente de camino al trabajo; en el distrito 4 era habitual que este mismo flujo de gente se mantuviese a todas horas, salvo que de noche el destino viraba hacia los restaurantes y discotecas.

El distrito 18 era diferente, como cualquier otro de la periferia, ahí se agolpaban cientos de personas, adictos, neoluditas y vendedores ambulantes de comida rápida, implantes liberados y toda clase de drogas de diseño.

El color de sus calles era el azul y el violeta brillantes de los centenares de carteles luminosos que anunciaban los establecimientos, en ocasiones me paseaba por allí en busca de algo de diversión, pero esta noche era diferente.

Buscaba cambiar el adaptador de mi terminal para poder seguir recibiendo los canales de noticias que habían eliminado de la suscripción base, además de actualizar alguna que otra característica del procesador conductual, que últimamente fallaba en sus predicciones, los metadatos reflejaban un disparo corrector cercano al 12%, y eso desde luego que no era admisible, ni siquiera los peores Conpros tenían más del 6%.

Fue entonces cuando un carguero, escoltado por dos fighters, comenzaron el descenso suborbital de manera horizontal, lo que era poco habitual en este distrito y solía significar una descarga de contrabando. Los gigantescos motores rugían de ese modo monstruoso que sólo se escucha en los espaciopuertos. Por lo que pude contar, entre las tres naves tenían al menos dos docenas de turbinas.

Finalmente la nave quedó estática en un orbital bajo a unas pocas manzanas de distancia, los orbitales eran ingeniosos, eso debía reconocerlo, se trataban de regiones de alta energía capaces de sujetar naves enteras en el aire, como un pájaro que se posa sobre un cable, pero mediante un potentísimo campo magnético, en concreto los orbitales bajos se reservaban para llevar a cabo labores de carga y descarga sin necesidad de realizar un aterrizaje completo.

Escalé por la salida de incendios de un edificio cercano y me subí a su azotea. A mi espalda otros curiosos parecían haberme imitado y algunos vecinos se asomaban a las ventanas.

Un enjambre de drones se pusieron a trabajar, descargando todo tipo de cajas y contenedores; algunos subían desde la calle, mientras que otros salían directamente del espacio de carga. En apenas cuatro minutos todo terminó, los drones se dispersaron y algunos vecinos también lo hicieron.

De la misma forma en que aquellas colosales naves habían llegado partieron, los fighters se dispararon directamente al espacio mientras que el carguero lo hizo de un modo torpe y pesado, cambió paulatinamente de orbitales, en una maniobra que en aeronáutica se llamaba escalada orbital.

Yo era ingeniero agrónomo, pero esa era una información que cualquier ingeniero, con independencia de su especialidad, habría estudiado en algún momento de su trayectoria.

Cuando hubo terminado la escalada orbital arrancó los motores principales, aquellos que rugían de forma diabólica, haciendo temblar la tierra y levantando una brisa caliente y desagradable, y se lanzó a la órbita de ascenso, desapareciendo al instante y dejando tras de sí un inconfundible olor a ozono, aceite y combustible.

Pasaron al menos otros dos minutos hasta que llegaron las primeras patrullas, por lo visto a hacer acto de presencia más que a hacer averiguaciones o tomar represalias. Esa era toda la acción de la que disfrutaría aquella noche.

El espacio es el refugio de los bandidos, los presos, los prófugos y los neoluditas. Es el hogar de aquellos a los que las nacientes metrópolis primero expulsó a los campos y más tarde los Agrosectores obligaron a migrar hacia las montañas.

Posteriormente con el establecimiento de los primeros Sectores Mineros fueron obligados a asentarse en las islas de basura y después, cuando la radiación y la contaminación del mar se volvieron inaguantables, comenzaron a refugiarse en los subsuelos de las megalópolis.

Finalmente, debido a la densidad del comercio suborbital se impuso un límite superior a la construcción vertical de las megalópolis, por lo que el crecimiento de éstas continuó hacia abajo, por lo que terminó expulsando a estos parias también de debajo de la tierra, dejándoles como única alternativa el espacio.

Las primeras colonias las establecieron presos, nadie en su sano juicio viajaría al espacio si tuviera una alternativa. El espacio es aburrido en el mejor de los casos, mientras que en otros casos implica una muerte segura, todo ahí fuera puede matarte al instante.

La radiación, la temperatura, el vacío... aunque esas resultaban ser muertes atroces solían ser las mejores, habían otras maneras todavía más desagradables, como por ejemplo desviarse ligeramente del rumbo o perder la orientación.

En los viajes más largos y entre sistemas realmente lejanos, o incluso desconocidos, esto sucedía con relativa frecuencia, sobre todo cuando las características de la misión no permitían el uso de portales, ya fueran oficiales o improvisados.

Por suerte en el comercio interior todos estos problemas eran algo extraño, las rutas estaban ya trazadas, siempre era posible encontrar ayuda externa a la que acudir en caso de tener un fallo y en cualquier planeta del sistema era posible realizar un aterrizaje de emergencia.

Bueno, no en cualquiera, pero sí en los habitados.

Los portales oficiales eran extraordinariamente caros de utilizar, aunque por suerte el Conglomerado había obligado a sus dueños a permitir el paso a través de ellos. Aunque sus tasas fuesen en ocasiones desorbitadas eran la manera más segura de viajar entre sistemas, y eran pocas las veces en que una nave desaparecía en la oscuridad que hay entre las estrellas.

Aquél sombrío pensamiento, unido a que ya era noche cerrada y comenzaba a hacer frío, hizo que un escalofrío recorriera mi espalda.

Abajo la calle bullía de actividad, un grupo de neoluditas parecía cantar algo en un idioma desconocido para mí, mientras en la acera de enfrente un par de ciborgs ofrecían a los transeúntes, aparentemente sin demasiado éxito, todo tipo de implantes liberados.

Los neoluditas renegaban de los implantes, personalmente aquella postura siempre me había parecido interesante, no la compartía, pero me producía ese tipo de respeto que imponen las ideas jóvenes y revolucionarias, como si admitiendo sus argumentos, yo mismo pudiese conservar algo de aquella juventud.

En una ocasión en la oficina había escuchado un comentario al respecto, un compañero dijo que si los neoluditas no tenían implantes era porque no habrían podido pagarse uno ni en un millón de años. Me hizo reír, porque mostraba una imagen caricaturizada de todo un movimiento, o lo que era peor, que por descarnado y cínico que hubiese sonado, era rematadamente cierto.

Bajé por la escalera de incendios, los ciborgs continuaban ofreciendo a los transeúntes probar todo tipo de implantes, ellos mismos parecían llevar puestos todos los que su cuerpo les permitía, hasta rozar casi el absurdo.

Uno tenía un servotraje que le permitía saltar y hacer piruetas, y cuando conseguía llamar la atención de algún incauto entonces se disponía a hacer flexiones sobre un brazo biónico, mientras fanfarroneaba.

El otro ciborg llevaba un casco traductor, pero en lugar del logotipo de Helmeet tenía uno parecido pero de imitación, donde si uno se fijaba bien podía leerse Helmect.


EN

I thought it would be interesting to share with you a story I wrote using Neon Noir Space Opera as the basis for a journal game, I hope you like this way of using the setting and that it inspires and encourages you to use it as well.


"AgroTech conveys its condolences and will be responsible for all burial costs".

This is how the message ended, I fed the name and email address fields with the database of dead people from Incident 003471, 37 in total, three of them did not even have an address, so I manually deleted those emails and sent the remaining 34. In blind copy I put my supervisor and the Incident Management Department.

I scribbled on the tablet while a droid brought me my breakfast coffee, swiped my terminal across his reticule and left. I took a drink and continued scribbling while vaguely attending to what my colleagues were saying in the remote meeting.

Throughout the morning I kept getting notifications of erroneous emails until the network finished converging and I had a total of fourteen, surely they were registered in Meta with false data, typical of neo-Luddites and fugitives, so, luckily, that was where our responsibility ended.

During that waiting time I had unconsciously drawn a monstrous Agromecha plowing the ground in the middle of an illegal camp. I thought it was a rather unpleasant image and erased it.

The countryside is not a safe place, there are hundreds of illegal camps outside the perimeter of the metropolis, but you have to be stupid to set up one so close to an Agrosector. Although these thoughts almost convinced me that this had been an unavoidable accident and that the culprits were undoubtedly those people, one thought gnawed at me: if someone had done something like this, it was because they had no other choice.

I asked a droid to bring me another coffee and went back to work. The grayish daylight was streaming through the window, through the fog and smoke it had been years since the sun had illuminated the street, the tireless multicolored billboards flashed, advertising a myriad of products.

What appeared to be a rather juicy hamburger, a parcel service, another hamburger (this time of real meat), a connection implant for the terminal, a monthly subscription to an erotic service, a state-of-the-art cream advertised by a stunning symbiotic actress, which was rather ironic considering that she didn't need to use any of those creams.

It was hypnotic, and luckily, from my small window, I could only see one of the thousands of flashing billboards clinging to every street corner.

Below, 72 floors away, several hundred people and cyborgs were walking hurriedly, probably on their way to work; in District 4 it was usual for this same flow of people to continue at all hours, except that at night the destination veered towards restaurants and nightclubs.

The 18th district was different, like any other in the periphery, there crowded hundreds of people, addicts, neo-Luddites and peddlers of fast food, released implants and all kinds of designer drugs.

The color of its streets was the bright blue and violet of the hundreds of illuminated signs advertising the establishments, sometimes I wandered around looking for some fun, but tonight was different.

I was looking to change the adapter in my terminal so that I could continue receiving the news channels that had been removed from the base subscription, as well as update some or other feature of the behavioral processor, which lately was failing in its predictions, the metadata reflected a corrective shot close to 12%, and that was certainly not admissible, not even the worst Conpros had more than 6%.

It was then that a freighter, escorted by two fighters, began the suborbital descent horizontally, which was unusual in this district and usually meant a contraband offload. The gigantic engines roared in that monstrous way only heard at spaceports. From what I could tell, between the three ships they had at least two dozen turbines.

Finally the ship was static in a low orbital a few blocks away, the orbitals were ingenious, that I had to admit, they were high energy regions capable of holding entire ships in the air, like a bird perched on a wire, but by means of a very powerful magnetic field, in particular the low orbitals were reserved for carrying out loading and unloading work without the need for a full landing.

I climbed up the fire escape of a nearby building and climbed onto its roof. Behind me other onlookers seemed to have mimicked me and some neighbors peered out of windows.

A swarm of drones went to work, unloading all sorts of boxes and containers; some were coming up from the street, while others were coming straight out of the loading space. In just four minutes it was all over, the drones dispersed and so did some of the neighbors.

In the same way those colossal ships had arrived, the fighters shot directly into space while the cargo ship did it in a clumsy and heavy way, gradually changing orbits, in a maneuver that in aeronautics was called orbital climbing.

I was an agricultural engineer, but this was information that any engineer, regardless of his specialty, would have studied at some point in his career.

When he had completed the orbital climb he started the main engines, those that roared fiendishly, making the earth tremble and raising a hot and unpleasant breeze, and launched into ascent orbit, disappearing instantly and leaving behind an unmistakable smell of ozone, oil and fuel.

It was at least another two minutes before the first patrols arrived, apparently to make an appearance rather than to make inquiries or retaliate. That was all the action I would enjoy that night.

The space is the refuge of bandits, prisoners, fugitives and neo-Luddites. It is home to those whom the nascent metropolis first drove out to the fields and later the Agrosectors forced to migrate to the mountains.

Later with the establishment of the first Mining Sectors they were forced to settle on the garbage islands and then, when the radiation and pollution from the sea became unbearable, they began to take refuge in the subsoils of the megalopolises.

Finally, due to the density of suborbital trade, an upper limit was imposed on the vertical construction of the megalopolises, so that the growth of these continued downwards, which ended up expelling these outcasts also from under the earth, leaving them space as their only alternative.

The first colonies were established by prisoners, nobody in their right mind would travel to space if they had an alternative. Space is boring at best, while in other cases it means certain death, everything out there can kill you instantly.

Radiation, temperature, vacuum... while those turned out to be excruciating deaths were usually the best, there were other even more unpleasant ways, such as going slightly off course or losing your bearings.

On longer trips and between really distant, or even unknown, systems this happened relatively often, especially when the characteristics of the mission did not allow the use of portals, either official or improvised.

Luckily in the inner trade all these problems were something rare, the routes were already traced, it was always possible to find external help to turn to in case of failure and on any planet in the system it was possible to make an emergency landing.

Well, not on any planet, but on the inhabited ones.

The official portals were extraordinarily expensive to use, although fortunately the Conglomerate had forced their owners to allow passage through them. Although their fees were sometimes exorbitant, they were the safest way to travel between systems, and there were few times when a ship disappeared into the darkness between the stars.

That somber thought, coupled with the fact that it was already dark and getting cold, sent a shiver down my spine.

Downstairs the street was buzzing with activity, a group of Neo-Luddites seemed to be chanting something in a language unknown to me, while on the sidewalk across the street a couple of cyborgs were offering passersby, apparently without much success, all kinds of released implants.

The neo-Luddites disavowed the implants, personally that position had always seemed interesting to me, I did not share it, but it gave me that kind of respect that young and revolutionary ideas impose, as if by admitting their arguments, I myself could keep some of that youth.

On one occasion in the office I had heard a comment about it, a colleague said that if the neo-Luddites did not have implants it was because they would not have been able to afford one in a million years. It made me laugh, because it portrayed a caricatured image of an entire movement, or worse, that as stark and cynical as it sounded, it was remorselessly true.

I went down the fire escape, the cyborgs continued to offer passersby to try all kinds of implants, they themselves seemed to wear as many as their body allowed them, to the point of near absurdity.

One had a servo suit that allowed him to jump and pirouette, and when he got the attention of some unwary bystander he would then set about doing push-ups on a bionic arm, all the while bragging.

The other cyborg wore a translator helmet, but instead of the Helmeet logo he had a similar but imitation one, where if you looked closely you could read Helmect.

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